Santiago Meléndez dirige en el Fernán Gómez de Madrid magistralmente la obra de García Lorca

Federico García Lorca fechó «La casa de Bernarda Alba” el 19 de junio de 1936. Es una obra colosal, estremecedora, una cumbre del teatro español del siglo XX. Una narración descomunal de hasta dónde puede conducir la tiranía, la intransigencia. «La casa de Bernarda Alba”, dirigida de manera sensacional por Santiago Meléndez, se ha representado en el teatro Fernán Gómez de Madrid, y ahora emprende una gira por España.

Bastan unas buenas actrices ataviadas de negro, ocho sillas, y una pantalla al fondo teñida de rosa, y, naturalmente, un texto sublime, para que el teatro conmueva. Emocione. Para que el teatro se mastique mientras se olvida que es teatro, porque lo que se está viendo sobre el escenario es vida. «La casa de Bernarda Alba” significa una descripción sublime de la España negra, la pieza podría estar escrita ahora mismo, resulta actualísima, porque esa España envenenada está en la genética del país. Hay estudiosos que han querido ver que sobre «La casa de Bernarda Alba” gravita Benavente, cuando el que está ahí es, en todo caso, Shakespeare. O nadie. Federico García Lorca, el inmortal Federico. Ese, sí.

Santiago Meléndez da una lección de talento teatral. Ha interiorizado extraordinariamente que el teatro es de los poetas. Y ha servido al poeta. Ha hecho que las actrices digan el texto lo mejor posible, con una fidelidad absoluta al original. Esa es la mejor dramaturgia. Y la más complicada. Inma Oliver encarna a una Adela que se desmelena poco a poco. Cuando Bernarda ordena el luto y el cierre de puertas y ventanas, Adela está herida, pero luego aparece ya llena de vida, sexo y rabia. Y así muere. Trágicamente. Pero llena. Ella, al menos, ha peleado por paladear la vida. Sensacional Irene Alquezor en el papel de Martirio, la solterona envenenada y envidiosa, que roba e intriga porque ella no tiene y es incapaz de aceptar que alguna de sus hermanas tenga. Y María José Moreno hace una Bernarda doliente, cruzada por los cuchillos de la vida más que por una maldad congénita. Es una lectura sutil e inteligente del personaje. A Bernarda Alba ha habido quien la ha definido como «un varón con faldas”. María José Moreno, sin embargo, interpreta a una mujer que huye hacia adelante, doliente, ya está dicho, mientras esgrime el bastón de la tiranía como una defensa ante los otros. Porque, como también ocurre en «Doña Rosita la Soltera”, aquí pervive el lema sartriano de «el infierno son los otros”.

Se trata de un montaje colosal. Que nos devuelve a un Federico vivo. Existe una tendencia –entendible, por otra parte- desde hace años de buscar el cadáver de Lorca. De buscar a un Lorca muerto. Y lo importante es reponer las obras de Federico García Lorca, representarlas, de manera absolutamente fiel a su estilo y a su espíritu, como esta Bernarda Alba, que nos devuelven a un Federico vivo.