Alex Brendemühl interpreta a un diablo con ocho rostros diferentes

El Gran Teatro del Liceo acoge desde este viernes 13 y hasta el 30 de mayo la ópera en tres actos «El cazador furtivo», de Carl Maria von Weber, claro exponente de la ópera romántica alemana, con una puesta en escena firmada por Peter Konwitschny. Cuenta con libreto de Johann Friedrich Kind, y se estrenó en 1821 en la Schauspielhaus de Berlín, y no llegó al Liceo hasta 1849.

La acción de la historia se desarrolla en una zona boscosa de Bohemia, en una naturaleza salvaje y misteriosa, pocos años después de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), y narra los intentos del diablo Samiel y del malvado Kaspar por comprar el alma del pobre guardabosques Max, que debe ganar un concurso de tiro para obtener la mano de su querida Agathe.
En el reparto, junto a Álex Brendemühl, el único personaje que no canta, el tenor Christopher Ventris, sustituto de Peter Seiffert, las sopranos Petra-Maria Schnitzer y Ofèlia Sala y los bajos Albert Dohmen y Matti Salminen. Brendemühl comenta que su personaje, Samiel «es un ser amoral, provocador y que cambia constantemente de cara». El actor debe cambiar repetidamente de trajes a lo largo de la representación: Sale vestido de cura, de ejecutivo y hasta de embarazada…. Ocho cambios realiza durante la función donde su presencia se hace notar hasta la escena final.
La escenografía de esta producción corre a cargo del director de escena alemán Peter Konwitschny (Fráncfort, 1945), director titular de la Ópera de Leipzig, cuya aportación a la historia del teatro radica en las nuevas versiones, tanto estructurales como conceptuales, de las óperas de Haendel y Wagner.
La escenografía de «El cazador furtivo» representa un bosque, que, según sostiene Konwitschny «siempre ha sido uno de los grandes símbolos del romanticismo alemán». La ópera, continúa el director de escena, está llena de contrastes musicales, y ya en la apertura se encuentran «unos fuertes efectos de contraste entre sonoridades oscuras y sonoridades mucho más luminosas, y justamente la oscuridad es lo que se encuentra en el bosque». Con el propósito destructor de la humanidad, «el bosque va perdiendo el misterio, la oscuridad y deja de ser un espacio salvaje para pasar a ser un espacio más de los que ha conquistado la civilización». En contraste con esa ‘humanización’ de la zona salvaje, en la ópera un lugar del bosque aún mantiene su esencia, el lugar más siniestro de «Der Freischütz», la Garganta del Lobo del final del segundo acto: un lugar que reina Samiel, y «todos de manera inconsciente, conservamos en nuestro interior».
En opinión del director de escena, Weber no está haciendo nada más que, ante la situación política en que se encontraba el Estado alemán en aquellos momentos, resumir con medios musicales los criterios esenciales de la sociedad germana de entonces que tanto necesitaba afirmar: «grandeza, disciplina y virilidad».