En el Teatro Español de Madrid se representa una sensacional obra de vanguardia renovada

Es emoción, pálpito, trozos de vida que se fueron pero que estuvieron ahí, es teatro puro, lo que transmite «Lo nunca visto”, en la sala Margarita Xirgu del Español, obra interpretada por tres actrices estratosféricas que son verdaderas princesas del Pacífico, ese maravilloso océano en el que consiste el teatro bien hecho.

Hay espectáculos –escasísimos- que por la pureza, el sentimiento, la perfección, y el riesgo con el que están concebidos pueden retrotraer a algún espectador a otro tiempo, cuando él miraba el teatro de otra forma, y simultáneamente sentía que el teatro lo miraba a él de otra manera, desde el descubrimiento mutuo, desde el deslumbramiento, una emoción que tenía algo de darse la mano uno y otro de manera invisible a través de la batería. En la sala Cadalso, en la Plaza de España, por ejemplo. «Lo nunca visto” despierta sensaciones de juventud porque es teatro en estado puro. Esta obra de José Troncoso demuestra que la vanguardia no ha muerto, aunque haya mutado. No se parece nada, claro, a Tadeusz Kantor, con su «Willepole-Willepole”, pero sí pellizca como aquellos remotos e inolvidables espectáculos. Cultiva «Lo nunca visto” una estética de lo feo, en la que todo resulta hermosísimo. Porque la vida es fea, aunque un solo instante valga para hacerla realmente hermosa. El artista es artista siempre, tenga más o menos talento, o no tenga ninguno, pero lo es si lleva el arte dentro de sí. El fracaso no existe, porque el éxito –nos lo decía constantemente Francisco Umbral-, tampoco. El artista lleva sus convicciones hasta el final, muere con su obra, que nos es la vida, pero sí es como la vida. «No se puede volver atrás; adelante sí”, repite, lleno de angustia, abocado al vacío, el personaje de la superlativa Belén Ponce de León. Que encarna a una verdadera artista, en el sentido en el que Francisco Nieva concibió al artista, aunque diga: «Yo nunca tuve talento; ganas, sí”.

Para el auténtico artista la persecución implacable de lo sublime puede terminar en la soledad, la ruina, el olvido y el abandono. Quizás ella era demasiado alta para el ballet, como nos explica. O tal vez amó excesivamente el ballet y aparcó otras cosas importantes en la vida. Pero distinto es lo que nos relatan estas tres actrices enormes –también Alicia Rodríguez y Ana Turpin-, una obra teatral desdichada, y otra lo que hacen sobre el escenario: una obra sublime. El análisis de una función, a veces, muy pocas, hay que realizarlo desde la emoción, en reciprocidad a lo recibido desde las tablas… Pero al salir a la calle, tras concluir la función, no estábamos en la Plaza de España, no se trataba de la sala Cadalso, que cerró hace lustros, era el Teatro Español donde habíamos visto «Lo nunca visto”.

«No se puede volver atrás; adelante, sí”.