«El concierto de San Ovidio” se representa en el teatro María Guerrero de Madrid

Antonio Buero Vallejo sufrió un lamentable silencio escénico en 2016, año en el que se cumplió el centenario de su nacimiento. No se estrenó entonces ninguna de sus obras. Pero el Centro Dramático Nacional ha recuperado ahora «El concierto de San Ovidio”, una de las mejores piezas del autor y de mayor carga social. Un reencuentro con el talento de Buero. Un placer.

El teatro de Antonio Buero Vallejo sigue resultando impresionante. Es un teatro que viene del pasado, de los clásicos, de lecturas, de una experiencia personal herida: Del talento. La obra de Buero Vallejo vive en el silencio, porque la sociedad actual está llena de gritos. Porque esta sociedad se ha ubicado en el vacío, en el ruido. Pero el Centro Dramático Nacional, que dirige Ernesto Caballero, ha recuperado «El concierto de San Ovidio”, una de las obras emblemáticas de Buero, de mayor contenido social, de más simbolismo. Mario Gas ha dirigido la obra desde un evidente respeto al texto y, al mismo tiempo, desde la audacia. Pero es a Buero al que en todo momento el espectador tiene delante. La colosal carpintería teatral de sus obras -que en «El concierto de San Ovidio” llega a lo sublime-, los diálogos llenos de fuerza dramática y la destreza con la que conducía la obra hasta la tragedia. La noche en la que asistimos a «El concierto de San Ovidio”, en el María Guerrero, de Madrid, ocurrió un hecho absolutamente inusual en el teatro: Cuando el ciego David se rebela contra la tiranía de Valindin hasta matarlo a bastonazos en la oscuridad, hubo algún espectador que gritó desde la platea: «Muy bien, pégale”. Y otro: «Dale, dale”.

El teatro de Buero Vallejo, decíamos, está vivo. Es un teatro de ideas, de recreación en los símbolos, de auténtico convencimiento en el poder de la palabra. «El concierto de San Ovidio” se estrenó en 1962, pero su vigencia, decíamos, continúa intacta. La acción se desarrolla en Francia durante 1771 –Buero tenía que sortear como podía a la censura-. Valindin, un tipo sin escrúpulos, experto en el engaño y el soborno, acude al hospital de los Quince Veinte para contratar a un grupo de ciegos con la excusa de que formen una orquesta e interpreten música delante del público. Pero la idea era otra. Se trataba de llevar a los ciegos de feria en feria haciendo el ridículo. Pero David es un ciego de gran inteligencia, con un enorme talento para la música, y se revuelve contra el tirano. Porque en el subsuelo de esta obra conmovedora, deslumbrante y llena de ideas, está la lucha de clases.

La interpretación de Alberto Iglesias en el papel de David es sencillamente estratosférica. Y José Luis Alcobendas, dentro del nivel altísimo de todos los actores, está sensacional. Pero queda, sobre todo, la voz de Buero Vallejo, dramaturgo impresionante, cuya obra habita junto a la de Calderón y Lope. Colosal Buero.