La histórica compañía estrena «Adiós Arturo” en el teatro Calderón de Madrid

La Cubana acaba de estrenar en Madrid «Adiós Arturo”, su último espectáculo, dirigido por Jordi Milán, fundador del grupo, obra que consiste en un funeral luminoso y divertido tras la muerte a los 101 años de edad de Arturo Sirera, un escritor que hizo un arte del disfrute de la vida. Con mucha participación del público. La Cubana en plan La Cubana.

Hay algo en La Cubana de las antiguas compañías de teatro que homenajeó Fernando Fernán Gómez en su película «El viaje a ninguna parte”. Pero el trayecto de La Cubana ha sido largo –el grupo está a punto de cumplir 40 años- y ha tenido un destino: el favor del público. Pero son, sí, como los cómicos de las viejas compañías: sobre el escenario cantan, bailan, hablan con el público, hacen comedia y tienen algún momento dramático. Siempre se ha dicho también que ellos mismos montan el escenario o cosen los trajes de la función. Además, La Cubana nació en una Cataluña que era admirada en España y en Europa por su cultura y por su teatro. Tiempos de esplendor, entre otros, de Els Joglars, de Tricicle, del Lliure, o de profesionales como Albert Boadella o Lluis Pasqual –que revolucionó la escena española-. Otros tiempos. A alguno, ahora, le han cerrado los teatros catalanes. Llama la atención que Santiago Rusiñol, pintor y poeta referente de una Cataluña risueña y abierta al mundo y a la alegría de vivir, haya sido protagonista del anterior montaje de La Cubana –»Gente bien” (2016)- y del último espectáculo de Els Joglars –»Señor Ruiseñor” (2019)-.

La Cubana, decíamos, acaba de estrenar en Madrid «Adiós Arturo”, sobre el funeral de un artista que hizo de su vida una fiesta, y su última voluntad consistió en que sus honras fúnebres se desarrollaran en el teatro Calderón de Madrid, porque, según dejó dicho, «bien acaba lo que bien empieza, si acaba donde empezó”. A partir de ahí estos sensacionales cómicos montan su espectáculo de idas y venidas por el patio de butacas, de canciones, de actuación llena de histrionismo, de irreverencia contenida, y de permanente participación del público que, como en la mayoría de las obras del colectivo, pasa a formar parte activa del espectáculo, es protagonista de la función. Entre el aluvión de acontecimientos de «Adiós Arturo” se interpreta algún chotis, y se canta el «por la calle de Alcalá”, después de que, con la proyección de fotografías en blanco y negro de la época, contaran la historia del teatro Calderón de Madrid, un centenario y grandísimo coliseo de estilo Sabatini, donde –y esto no lo mencionan- la gran Esperanza Roy arrasó en 1984 con la revista «Por la calle de Alcalá». En definitiva, «Adiós Arturo” trae alboroto, música, bailes, pero también cierta melancolía. Se trata de la representación de un funeral. De recuerdos del finado. Y también –como acostumbra La Cubana- de la revisión de tópicos de Cataluña y de España, tan próximas y tan lejanas.