El Teatro Nudo de la calle de La Palma de Madrid pone en pie un montaje de «Lunáticos», de Gómez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna tuvo un pensamiento circular, vivió apasionado y obsesionado con los círculos, y por eso amó el circo, porque la pista es redonda -incluso un día pronunció una conferencia subido a un trapecio- y habitó en Madrid un ático que parecía la torre redonda de un castillo. Cuando Ramón se disponía a escribir era como si lanzase la bola a una ruleta y la pusiera a girar y girar, y de esas vueltas, de aquella redondez conceptual, surgieron las greguerías.

«El par de huevos que nos tomamos parece que son gemelos y no son ni primos terceros”, escribe. La literatura de Ramón tiene la música y toma el camino de un tiovivo: eso la convierte en única. Ramón, al escribir y vivir, no hizo otra cosa que jugar.

Gómez de la Serna publicó largas obras -«Pombo», por ejemplo, consta de dos volúmenes-, pero siempre fue consciente de que su fuerza estaba en el destello. Pero los escritos de Ramón nunca pueden ser criticados por defecto, sino por exceso, por un desbordamiento de talento. Gómez de la Serna fue un escritor genial, un genio bajito y redondo, un talento en estado puro, que no transigió ni ante las modas ni ante los gustos del público. Ante nada.
El teatro de Ramón casi no se ha representado. Incluso él recopiló sus textos, la mayoría piezas en un solo acto, en un volumen que denominó «Teatro muerto» -título decididamente significativo-. Ahora, en el Teatro Nudo de Madrid, se ha estrenado «Lunáticos», obra vanguardista, delicada, muy gestual, con el antifaz como clave del misterio: un teatro absurdo, irreal, envuelto en el celofán de la palabra. Con la búsqueda de la estética como finalidad última. Una obra deliciosa.

Los jóvenes actores ponen en pie una propuesta concebida de una manera muy ramoniana, sobre un escenario casi en forma de círculo, próximos al público, en un montaje que reúne el estiticismo y el misterio de una greguería. Destaca, entre el buen nivel de los cuatro intérpretes, la actuación de Leire López del Pueyo, que llena el escenario de oscura sensualidad: desde sus gestos, los matices en la voz, hasta, sobre todo, la forma de moverse, como de gata negra en la noche.
El antifaz como metáfora de la máscara del teatro. «Si el antifaz tiene la capacidad de crear una locura, la tiene también para curarla”, dice un personaje. La locura genial de Ramón, que escribió un teatro que casi no se ha representado y muy pocos han leído. Pese a que Gómez de la Serna amó el teatro. Mucho. Y le dedicó esta frase impresionante: «Al levantarse el telón, viene del escenario un viento frío, como del otro mundo, del mundo de la inmortalidad y de los grandes repertorios”. Ramón y las vanguardias.