Una notable versión de «La soga”, de Alfred Hitchcock, llega al teatro Fígaro de Madrid

Cualquier montaje de «La soga” supone un enorme desafío teatral porque muchos espectadores conservan en el recuerdo la película de Alfred Hitchcock. Pero la versión de «La soga” que se ha estrenado en el teatro Fígaro de Madrid, dirigida por Nina Reglero, cumple las expectativas, porque mantiene el suspense, se apoya en una interpretación equilibrada y acertada de todos los actores, y transmite la repugnancia hacia la mente criminal que codifica de manera envenenada los mensajes que recibe hasta confundir la barbarie con el arte.

«El crimen es un delito común, pero un privilegio para unos pocos”, dice Brandon. La tesis de «La soga” consiste en la manipulada interpretación que se puede formular de determinados razonamientos filosóficos, algunos inspirados en Nietzsche, al que se cita en la obra, que realizan ejercicios para equilibristas sobre un fino alambre que cruza el abismo de una posible justificación intelectual del crimen, y dando un paso más, del nazismo. Brando se precipita al fango mientras cree haberse elevado a los altares de la estética con música de Franck Sinatra como fondo. Dos detonaciones hechas al aire, más las sirenas de los coches de
Policía en la calle, y la explicación desesperada de su profesor,
Rupert, una mente superior pero que desarrolla teorías no aptas para
cretinos, devolverán a Brando a la realidad de ser un burdo criminal,
aunque esa percepción no le provoca arrepentimiento, sino perplejidad.

La notable versión de Nina Reglero sigue paso a paso el original de Alfred Hitchcock, sin cambios o con cambios casi imperceptibles, y se apoya, ya está dicho, en una interpretación equilibrada, sin nadie que sobresalga sobre los demás, todos a un excelente nivel, en un elenco integrado por el veterano Mariano Venancio, Aníbal Soto, Kiko Gutiérrez, Markos Marín, Julián Teirlais, e Inge Martín en su papel de sexi, inteligente y graciosa prometida del desdichado David.

La soga se desata. Ahora, en esta versión teatral, como en la inolvidable película de Hitchcock. Esa soga ha servido para asesinar a David, pero en realidad siempre ha mantenido atrapados a Brando y a su amigo y cómplice en el crimen. Como ocurre con tantos jóvenes que en vez de con una soga juegan con una esvástica: En realidad viven prisioneros de sí mismos. Extraordinaria esta obra que muestra que la espantosa crueldad del ser humano puede surgir de un simple equívoco.