«I’m Still Here: The Lost Year of Joaquin Phoenix», entre el falso documental y la tomadura de pelo

Los pocos que han tenido acceso a ver el «mockumentary» (falso documental con apariencia de realidad) «I’m Still Here: The Lost Year of Joaquin Phoenix», realizado por Casey Affleck, ha dejado a casi todos atónitos, cuando no, apesadumbrados. El antes llamado Leaf Phoenix siempre alimentó fama de perro verde, raro y perturbado. Su anuncio de que dejaba el cine por una carrera en la música rap y las trazas que adquirió de «clochard» sucio y sin techo, hicieron temer que hubiera perdido varios tornillos.

Su nula voz, un fenomenal tortazo que se dió al caer de un escenario (reproducido en Internet) y la «no entrevista» que le concedió a David Letterman en horario de máxima audiencia (no respondió a las preguntas, estuvo mirando el suelo y pegó su chicle a la mesa del legendario presentador) dieron por finiquitado al ex niño prodigio crecido en la mayor de las miserias y el muchacho desesperado cuyo hermano River murió en sus brazos a la salida del «Viper Room», el club de Johnny Depp en Los Angeles una aciaga noche de Halloween.

El ex novio de Liv Tyler, el carismático emperador Commodus de «Gladiator», el actor tímido y torturado dejó un sensible testamento cinematográfico, «Two Lovers», junto a la delicada Gwyneth Plaltrow. Pero ahora, el secreto de sumario levantado alrededor del polémico documental ha abierto la caja de los truenos. Muchos opinan que es una fenomenal tomadura de pelo al estilo de Sacha Baron-Cohen (Borat, Brüno), que todo ha sido una performance de casi dos años para que su cuñado Casey Affleck (casado con Summer Phoenix) hiciera su sueño realidad.

Se rumoreó de una crisis psicótica y paranoide. Le llaman ahora de todo, menos bonito. Según los no agraciados que han visto la obra del pequeño Affleck, se trata de una broma colosal. Su barba horrible, sus trajes reducidos a harapos, las gafas arregladas con celo, los pelambres enmarañados…aseguran que, al final del día, es un actor que ha podido mantener el engaño durante casi dos años.

Loc cierto es que se dice que lo que se ve en la pantalla, no se ha visto nunca antes. Hay quien dice que en el film «hay más desnudos masculinos frontales que en una película porno gay». Parece ser que se ve a Joaquin pidiendo cocaina al servicio de habitaciones de un hotel, contratando prostitutas, haciéndole una felación a un publicista, abusando verbalmente de sus asistentes y cantando rap de una manera penosa. Lo reflejado es exactamente todo lo contrario a la personalidad tímida, dulce y solitaria de Joaquín.

En el pase privado de la semana pasada ante distribuidores y otros profesionales de la industria, nadie movió un dedo para adquirir los derechos del filme: de hecho, nadie sabía si lo que habían visto era real o una monumental tomadura de pelo. ¿Cómo y a qué potencial público se le puede vender una película que muestra a Joaquín peleándose a puñetazo limpio con un individuo, que le defeca posteriormente al actor en la cama, cuando está dormido?

Siempre pensando que es un documental «bona fide» hay dos secuencias reveladoras. Cuando Phoenix trata de convencer al multimillonario empresario Puff Diddy de producir su disco -que el afroamericano rechaza- y el encuentro con Ben Stiller, quien quiere a Phoenix en su film «Greenberg», pero a quien apenas escucha, estando como en Babia. Varios profesionales que encubrieron su anonimato a The Los Angeles Times coincidieron en decir que el actor presenta unas lamentables dotes para la música. Y que sin estar seguros de lo que había visto, una cosa era cierta: antes, jamás habían visto nada igual: una estrella de Hollywood de 35 años «quemándose a lo bonzo» en sentido figurado, claro.

Tanto si llega a las pantallas, un hecho más que dudoso, o directamente al DVD de cualquier videoclub, la certeza es que «I’m Still Here» es una rareza para tratar de indagar en la complicadísima psique de un joven torturado, sensible y diferente: Joaquín Rafael Phoenix. Y Áves Fénix más acabadas que Joaquín han renacido de sus cenizas. Es cuestión de darle tiempo.