(Publicado en Diario Jaén)

Los programas que reparten los acomodadores entre el público antes del inicio de cada función deberían advertir que las obras teatrales de Juan Mayorga causan adicción. Ocurre igual con las novelas de George Simenon. Francisco Umbral contaba que Miguel Mihura sólo había leído en su vida a Simenon, autor de una producción literaria amplísima, del que Mihura cogió esa atmósfera de misterio que flota en varias de sus comedias. Juan Mayorga hace un teatro adictivo: cuando se ve alguna de sus obras se desea que llegue otra, y otra, y otra más. Los textos de Mayorga se caracterizan por la calculada precisión en la frase, porque nada sobra, por la revisión matemática de lo que se dice, que jamás se deja llevar por inútiles arabescos poéticos ni adornos artificiales. La palabra en los textos de Mayorga tiene la exactitud de una ecuación. Mayorga es licenciado en Matemáticas y doctor en Filosofía. Miembro desde 2019 de la Real Academia Española de la Lengua (RAE). El dramaturgo español más representado. Mayorga escribe un teatro de un realismo cruzado por la vanguardia, en ocasiones por el absurdo: un teatro de una locura asintomática.

“El chico de la última fila” se estrenó en 2006, fue llevada al cine por el realizador francés Francois Ozon bajo el título de “En la casa”, y ahora se ha repuesto en el teatro María Guerrero de Madrid. Es una obra destinada a permanecer varios días en la mente del espectador, agitándolo, uno de los objetivos esenciales de este dramaturgo al abordar la escritura de cada una de sus piezas. Explica Mayorga en el programa: “El chico de la última fila es una obra sobre maestros y discípulos; sobre padres e hijos; sobre personas que ya han visto demasiado y personas que están aprendiendo a mirar (…) Una obra sobre los que eligen la última fila: aquella desde la que se ve todas las demás”. Claudio es el chico de la última fila y Germán su profesor, que lucha por enseñarlo a escribir, aunque se trate de una novela nada aconsejable, que indaga en la vida de Ester, la madre de Rafa, amigo de Claudio, que escribe de ella: “Ni siquiera la lluvia baila tan descalza”. Germán define a su alumno: “Es un tío raro, o sea, un tío como Dios manda”. Sin embargo, la obra discurrirá por caminos imprevisibles hasta convertirse en una tragedia contemporánea con alguna rendija abierta al humor.

Andrés Lima, el director, envuelve el montaje, como ha hecho en otros recientes trabajos suyos, en una poética golfa. Es inolvidable la obra “Sueño”, que Andrés Lima escribió y dirigió en 2017 en el teatro Abadía de Madrid, sobre el dolor por la muerte del padre, que concluía con una fiesta enloquecida y surrealista adornada por una hermosa Natalie Poza, espectáculo que venía a decirnos que lo que espera después de la muerte es un disfrute desatado, una existencia llena de rock and roll. Lima da agilidad a “El chico…” pero sin romper el ritmo del texto. Mayorga, poco dado a las acotaciones, sí emplea frecuentemente aquí la acotación “(Silencio)”, y ese silencio, título de la conferencia de ingreso de Mayorga en la RAE, está, efectivamente, en el espectáculo.

“El chico…” contiene numerosas y sensacionales reflexiones sobre la literatura, el arte y la escritura. Dice Germán: “Al lector no se le puede dar tregua, hay que mantenerlo tenso. El lector es como el sultán de Sherezade: si me aburres te corto la cabeza. Pero dale una buena historia y el lector te entregará su corazón”. Juan Mayorga, en fin.