La cineasta francesa presenta en el Festival de Venecia el drama de una mujer europea en un país africano que la rechaza

Paradojas de los festivales: el año pasado Claire Denis presentó en Venecia, donde es una habitual, «35 Rhums», filme muy apreciado, y entre sus más logrados, que se presentase fuera de concurso. Ahora, un año después, la cineasta lleva al certamen, esta vez en competición, un título de menor entidad, «White Material», que ha dejado en un respetuoso y frío silencio a la sala.

Fiel a sus temas, la realizadora francesa vuelve a África, manifestando de nuevo el vínculo especial que la liga al continente donde creció, y continúa investigando las complejas y dinámicas relaciones familiares: En un país no determinado (puede ser Camerún, pero los recientes sucesos hacen pensar también en Gabón), el ejército regular se prepara a restablecer el orden perturbado por las acciones de los guerrilleros rebeldes guiados por «Pugile”. Mientras que las embajadas evacúan a sus respectivos ciudadanos, una mujer orgullosa y determinada (Isabelle Huppert, de nuevo latifundista en tierra extranjera después de haber protagonizado «Un barrage contre le Pacifique») se obstina en permanecer en una tierra donde la familia Vials – el suegro y el ex marido (interpretado por Christophe Lambert) – cultivan café desde hace dos generaciones.
Periodo de rebelión y malestar en una provincia agrícola africana hogar de uno de los líderes de dicha rebelión. Sin embargo, María, una mujer blanca valiente e inquebrantable, se niega a abandonar los cultivos de café que han mantenido a tres generaciones de blancos haciendo frente al peligro al que está exponiendo a su familia. Desde su punto de vista, rendirse es un signo de debilidad y cobardía. Por su parte André, ex marido y padre de su hijo adolescente, está asustado ante la ceguera, la terquedad y el orgullo de María y, por eso, sin que ella lo sepa, empieza a planear la huída de la familia del país y su repatriación a Francia. André, que ya no cree en el valor del café y que ahora está casado con una mujer africana con la que ha tenido otro hijo, está dispuesto a hacer cualquier cosa por su familia; está dispuesto incluso a traicionar a María, dejando su destino en manos del alcalde del pueblo de al lado, un hombre al que considera amigo sin darse cuenta ni imaginarse que él también está involucrado en el conflicto…
Alejada de una idea de cine civil didáctico y elemental, la cineasta no quiere describir tanto las heridas que afligen al continente africano (aunque la tragedia de los niños soldados surge claramente), sino el vínculo indisoluble que une a una «colonialista” a un país que la rechaza, y con ella (o quizá más que a ella) se niega al hijo, extranjero aunque nacido y crecido en África. Pero justamente el personaje del hijo, que también aspiraba a ser la clave del relato con su rebeldía post-adolescente, dividido entre dos culturas y listo a enrolarse, se revela como uno de los puntos débiles de la película: como si la exactitud del detalle psicológico de «35 Rhums» dejase lugar a personajes demasiado construidos, esclavos de tesis a demostrar.
Nacido de la idea de adaptar la novela «The Grass is Singing» de Doris Lessing (proyecto apreciado tanto por Isabelle Huppert como por Claire Danis), la película – cuyo guión fue escrito por la realizadora y por la debutante Marie N’Diaye – se ha convertido rápidamente en una historia actual e intemporal, donde resuenan las páginas de la escritora Premio Nobel, e incluso las experiencias del hermano de Doris Lessing, que, como la protagonista del filme continuó –-contra el parecer de todos– siguiendo trabajando la tierra en Rodesia, incluso cuando, por su propia seguridad, habría debido abandonar el país.