El Festival de Roma aclama «The Last Station» de Michael Hoffman

Dama del Imperio Británico desde 2003 y nacida en Londres, no es un secreto que Iliana Lydia Petrovna Mironovna -Helen Mirren para el arte- es nieta de un aristócrata zarista, Piotr Vasilievich Mironoff, que se encontraba en Londres negociando un tratado armamentíistico debido a la I Guerra Mundial donde le pillo la revolución de 1917. Llamó a la capital britanica a su mujer e hijo y allí nació la actriz.

A su último personaje filmico, la condesa Sofía, casada con Leon Tolstoy, dicho evento revolucionario le encontró en el lecho de muerte, tres años después de perder al más grande de los escritores rusos tras cincuenta años de matrimonio, 13 hijos y una gran batalla pasional, creativa y filosófica final. Ni contigo ni sin ti, podría subtitularse «The Last Station», la película de Michael Hoffman presentada ayer en Roma, en la sede del Festival, en el que la gran actriz brilló en la alfombra roja con su poderio habitual. El que despliega en el filme para interpretar a la mujer, musa y secretaria del autor de «Guerra y paz» (que ella copió seis veces a mano), al final de su vida en común y de la del escritor. Viviendo en su mansión en el campo, ella descubre para su desesperación que el amor de su vida ha creado un nuevo concepto utópico de vida en el que ha desterrado su condición aristocrática, posesiones, dieta carnívora, religión y hasta sexo. Rodeado de médicos y secretarios, Tolstoy se dedica en cuerpo y alma a la creación literaria y su nueva religión. Sofía lucha por retener las posesiones para sus hijos y la pasión que aún subsiste entre ambos utilizando sus poderosas e imaginativas armas de seducción. Leon y Sofía han caído en manos expertas. En las del casi octogenario actor canadiense Christopher Plummer y en Mirren, quién a sus 63 luce más altivamente seductora que nunca. El villano, por así decirlo, le corresponde al siempre excelente Paul Giamatti. Pero la película la roba el joven escocés James McAvoy, como Valentin, el apasionado, ingenuo e influible joven secretario del escritor, atrapado entre varias fidelidades y testigo involutario de la guerra apasionada del matrimonio. McAvoy ofrece un completo repertorio de emociones, convirtiéndose en el eje moral de la historia y el protagonista malgre loi de los actos finales de todos los implicados en una historia de fidelidades, traiciones, ambición y utopía. Comentario irónico del director: el circo mediático de principio del siglo XIX que rodeo la vida y los últimos momentos -murió en una estación de tren cuando se apartaba de Sofía- del laureado. Los créditos finales de la suntuosa producción quedan marcados por las imágenes reales de Tolstoi en su dacha. Y es que detrás de todo esta Andrei Konchalovsky, cuya compañia ha proporcionado los decorados naturales de la ciudad alemana de Leipzig, que sirven perfectamente como el Moscú previo a la revolución bolchevique. En Roma, la resplandeciente Mirren confesó el inmenso placer, y también turbación, que le permitió no sólo volver a sus raíces rusas sino orígenes aristocráticos. Por algo fue Oscar de Hollywood por «La reina».