Este exiliado republicano fue además uno de los más prolíficos cineastas mexicanos de la Epoca de Oro, al filmar hasta cinco películas al año

Ya reposan en el Panteón Español de Ciudad de México los restos del realizador y guionista español afincado en el país latinoamericano Miguel Morayta Martínez, cuyo corazón dejó de latir en pasado 19, cuando le quedaban pocos meses para cumplir 106 años. Se le considera el director de cine que ha vivido más años, aunque su colega portugués Manoel de Oliveira, unos años más joven, mantiene su título del más tiempo activo profesionalmente. Este exiliado republicano fue además uno de los más prolíficos cineastas mexicanos de la Epoca de Oro, al filmar hasta cinco películas al año.

En declaraciones a Notimex, el hijo del autor de «Vagabunda» y «El mártir del Calvario», Ricardo Morayta, dijo que el retirado cineasta «no tenía ninguna enfermedad, simplemente su corazón estaba muy cansado y dejó de latir» y destacó que su padre fue «el cineasta más longevo de la historia».
En opinión de su hijo, Morayta, que dirigió cerca de 70 cintas desde los primeros años 40 hasta 1977, «realizó muchas películas en la Epoca de Oro y sabemos que su recuerdo permanecerá a través de ellas. Siempre fue muy trabajador, dedicado, honrado y con muchos principios, los cuales nos inculcó desde pequeños. Fue un hombre que dio mucho a su país, fue muy querido en México y en países como España, donde le dedicaron varios libros».
La vida de Miguel Morayta Martínez daría para otra gran película. Fue el oficial artillero más joven que tuvo el Ejército español, se mantuvo fiel a la legalidad democrática republicana y se vió obligado a refugiarse tras la derrota en Francia, donde estuvo a punto de morir a manos de los nazis. Una vieja amistad con un fotógrafo alemán cinéfilo, devenido comandante de la Gestapo, le salvó la vida en un campo de concentración francés, y luego, en 1941, pudo llegar a México, donde se convirtió en uno de los cineastas más destacados en la llamada Epoca de Oro del cine azteca.
Según dijo hace unos años en una entrevista superados ya los cien años el veteranísimo cineasta, ayudó a crear el sindicato de directores, el de escritores y de productores en tierras mexicanas. Su primera película como director fue «Caminito alegre» (1944), a la que siguieron más de setenta como realizador y una cincuenta larga como guionista. A finales de los años 70 dejó el cine para trabajar para Televisa, y asegura que no recuerda exactamente cuando «le retiraron», aunque debió ser hace un par de décadas.
En su 101 cumpleaños, el cineasta español, que aún se reúne periódicamente con sus compañeros de profesión, dijo llevar «una vida normal, pero he tenido varios accidentes de caerme y no matarme de milagro. y ahora camino despacio. A esta edad, si deja usted las cosas y se sienta, se muere…».
Miguel Morayta cursó estudios en Toledo, y prosiguió en la academia militar de Segovia, donde se preparó en ingeniería y artillería. Cuando en 1936 estalla la guerra en España, Morayta se encontraba como agregado militar en Tánger, y no se unió al golpe a diferencia de muchos de sus colegas que se sumaron a Franco, sirviendo así a la República durante toda la contienda, en la que ocupó puestos de relevancia en la milicia fiel a la legalidad.
El viaje en barco hasta América, tras la derrota y su paso por campos de concentración franceses duró más de un año, y en la navegación coincidió con Alcalá Zamora, ex presidente de la República. Su intención era afincarse en Buenos Aires, donde contaba con familiares, pero el barco dejó a Miguel Morayta en el puerto de Veracruz el 19 de noviembre de 1941, y en México se quedó para dedicarse a los diferentes oficios del cine. Hizo casi más de un centenar de títulos como director, productor o guionista. todos ellos de temática comercial pero en diversos géneros. «El mártir del calvario», «Joselito vagabundo», «Detectives o ladrones», «La venenosa», «Cara de ángel», «Amor perdido», «¡Ay pena, penita, pena!», fueron alguno de sus títulos más significativos, y en su carrera filmó diferentes coproducciones, incluso trabajando con «estrellas oficiales» de la España franquista como Joselito, Carmen Sevilla o Lola Flores.
Morayta, quien llegó a hacer cinco films por año, consideraba que «El mejor premio es la taquilla». Regresó a España en un par de ocasiones tras la muerte del dictador, pero prefirió decir adiós a la vida en el país que le acogió con los brazos abiertos y donde pudo alcanzar fama y estabilidad económica.