Eugene O’Neil se adentra en las cuestiones claves de nuestra existencia, afirma el director teatral

Tres meses en cartel demuestran el apoyo que el público está dando a «El largo viaje del día hacia la noche”, de Eugene O’Neill, que se representa en el Teatro Marquina con Mario Gas, Vicky Peña, Alberto Iglesias, Juan Díaz y Mamen Camacho. Hoy hablamos con el director, Juan José Afonso que también tuvo que hacer un viaje largo para llevar esta obra a escena.

Dice Ud. que este es «un proyecto largamente deseado”… ¿Cuánto ha tardado en llevar a la escena esta obra?

-En realidad desde que conocí esta función a través de Williams Layton en el año 1990, soñé en poder hacerla algún día. Este proyecto que ahora presentamos se ha estado preparando desde hace dos años aproximadamente.

¿Qué fue lo que le atrajo más de este proyecto?

-Me gusta el mundo de O’Neil y en especial sus reflexiones sobre el autoconocimiento del hombre y las complicadas relaciones del mundo familiar. Contar con la posibilidad de tener en el reparto a Vicky y Mario , hizo que una idea, día a día, se fuese convirtiendo en un sueño felizmente vivido.

¿Qué vigencia tiene O’Neill en un tiempo como y en una ciudad como esta?

-Cuando reiteradamente se dice que O’Neil es un clásico, no es fruto de la casualidad, sino de que el paso del tiempo ha conseguido que los valores morales y las reflexiones propuestas por él,continuen siendo válidas para el espectador de cualquier tiempo y lugar, porque se adentran en las cuestiones claves de nuestra existencia.

¿Qué le diría a un espectador que todavía no ha visto su obra? Dele tres razones de peso por las cuales debe ir al Marquina.

-Una: porque el elenco es el mejor aval. Dos: porque es posible pasarlo bien, escuchando bella literatura y reflexionando sobre el mundo que nos rodea. Tres: por llevar la contraria a la tendencia general que dice «sólo voy al teatro para reírme».

Debo reconocer que me han seducido la escenografía y el vestuario. Háblenos de ello.

-Llevo muchos años trabajando con Elisa Sanz y la creo muy capaz de lograr que, con una imagen moderna, se pueda afrontar una obra con estructura de corte clásico como la que nos ocupa. Trabaja al servicio del texto desde posiciones estéticas firmes e innovadoras, pero al mismo tiempodúctiles.

¿Cómo se planteó la puesta en escena? (Debo admitir también que la puesta en escena me ha parecido muy ágil (los actores entran y salen, se mueven con soltura, casi con coreografía), a pesar de la densidad del texto).

-La propuesta es sencilla: lograr que el texto llegue de la forma más clara y precisa al espectador actual, poniendo todo al servicio de los actores. Por supuesto creo en la interpretación como una coreografía perfecta que se repite cada día exactamente igual, con los lógicos cambios de estados de ánimo. Tenemos grandes actores, muy profesionales y eficaces que respetan escrupulosamente el trabajo realizado por el equipo.

La obra me ha recordado el estilo desgarrado de algunas obras de Edward Albee (¿Quién le tema a Virginia Wolf?) o Tenesse Williams (Un tranvía llamado deseo, Dulce pájaro de juventud). ¿El público vuelve siempre a estos clásicos?

-Los nombrados y muchos más beben en la fuente del Teatro de O’Neill, que ha sido quien ha marcado el devenir del teatro americano más comprometido y exquisito, desde el punto de vista literario, del siglo XX. El público siempre vuelve a los clásicos porque en ellos siguen existiendo los conflictos propios del ser humano, que en esencia siguen siendo los mismos que en la antigüedad. Lo difícil es convertirse en clásico, pues ello no depende del paso del tiempo, sino de la sensibilidad con que el autor haya sido capaz de tocar el alma humana.

¿Qué respuesta ha recibido del público y de la crítica?

-Podemos decir la frase recurrente y en este caso cierta: «En general aplauso de público y crítica”.

La obra tiene dos protagonistas secundarios que están latentes en gran parte de la obra: la niebla y la sirena del faro. Díganos dos palabras sobre estos sugestivos «personajes”.

-Todo el teatro de O’Neill está repleto de símbolos. Los nombrados son además obsesiones del autor y su presencia marcan el ritmo y la visión estética de la propuesta. En el caso de la niebla, constante y recurrente en muchas de las obras de O’Neill, es un claro símbolo de ese lugar desconocido, antesala de la muerte o lugar idílico y soñado del más allá.

Su creación ya tiene vida propia. ¿Se siente satisfecho? ¿Qué es lo que más le gusta del resultado que ha conseguido?

-Como es algo vivo que cada día crece, conforme la veo siempre trato de mantener una mirada crítica y lo más objetiva posible de lo hecho. Puedo asegurar que me siento contento, muy contento del resultado que ha superado lo imaginado. Y destaco, sin duda, el trabajo de los actores y la discreta y precisa presencia de todos los profesionales artísticos que arropan la propuesta.