EL DIRECTOR AUSTRIACO ESTRENA EN CANNES «EL LAZO BLANCO»

Habitual desde 1997 de la Sección Oficial de Cannes, donde logró el Premio al Mejor Director en 2001 con «La pianista», el escritor y cineasta austriaco Michael Haneke ha presentado en la competición de Cannes, en riguroso blanco y negro «El lazo blanco», su nuevo trabajo desde que hace dos años hiciese una versión estadounidense de su primer éxito, «Funny Games» (1997).

«El lazo blanco» que da título a la película es el que el severo pastor protestante de una aislada aldea del norte de Alemania de principios del siglo XX (interpretado por Burghart Klaussner) anuda al brazo y los cabellos de sus dos hijos mayores para que conserven la pureza y estén alejados del pecado y las tentaciones.
Pureza e integridad. Precisamente dos virtudes que no parecen abundar en esta aldea, donde en cambio campan a sus anchas «la malicia, la apatía, la brutalidad y la envidia”, según otro personaje de la película, la Baronesa (interpretada por Ursina Lardi).
El narrador de la historia es el profesor, que, en off nos presenta lentamente a todos los habitantes de esta pequeña aldea. El ya mencionado pastor y sus hijos. El médico (Rainer Bock) y sus hijos. El Barón (Ulrich Tukur), la Baronesa y sus hijos. El administrador de los terrenos (Josef Bierbichler) y sus hijos. La matrona (Susanne Lothar) y su hijo. Los niños y adolescentes tienen desde el primer momento un papel esencial en la historia, víctimas y quizás verdugos en este tiovivo de la hipocresía.
Al maestro, que no ha nacido en la aldea, le corresponde el papel de observador y relata al espectador el primero de una serie de incidentes que parecen responder a una venganza ritual. Alguien ha tendido una cuerda entre dos árboles, provocando la caída del doctor de su caballo y ocasionándole graves fracturas. ¿Y quién es el culpable de la agresión al hijo del Barón, quién ha cegado ferozmente al hijo inválido de la matrona?
La policía conduce la investigación sin dar con el culpable. Nadie quiere hablar. Hay demasiado miedo a que esta pequeña sociedad, que se mantiene únicamente gracias a las convenciones sociales y religiosas, se desintegre. Cada familia esconde un secreto. El doctor mantiene una relación insana con la matrona y otra aún más insana con su propia hija. La Baronesa anuncia a su tosco marido su intención de abandonarlo porque se ha enamorado de un rico y cortés italiano. Y la rigidez del pastor es la responsable directa de la violencia que impera en la aldea.
El sexo y la muerte, dos de las constantes que recorren el cine de Haneke desde sus inicios, juegan sus bazas en este microcosmos cerrado y sofocante, captado con frialdad por el director de fotografía Christian Berger. La delicada relación entre el profesor y la joven Eva (Leonie Benesch), que se encarga de los pequeños gemelos de la Baronesa, es la única muestra de inocencia en un mundo que parece abocado al desastre. La Gran Guerra está a punto de estallar y quizás sólo la violencia absoluta de este enfrentamiento eliminará todos los males, como decía el lema futurista. Pero los niños de esa aldea maldita están destinados a ser los soldados del Tercer Reich.