El Centro Dramático Nacional, en su sala María Guerrero de Madrid, estrena este viernes 20 un nuevo montaje de la famosa obra de Valle Inclán con dirección de Lluis Homar

El callejón del Gato, la taberna de Picalagartos y el «cráneo previlegiado» de Valle Inclán y su «Luces de bohemia» vuelven a las tablas del María Guerrero en un montaje que aborda «el esperpento desde la verdad» y que, dirigido por Lluís Homar, convierte a Gonzalo de Castro en el escritor Max Estrella. La obra estará en escena desde este 20 de enero hasta el próximo 25 de marzo.

Un amplio elenco, integrado junto a Gonzalo de Castro por Fernando Albizu, Enric Benavent, Ángel Burgos, Jorge Bosch, Jorge Calvo, Javi Coll, Mariana Cordero, Gonzalo Cunill, José Ángel Egido, Rubén de Eguía, Sergio Gómez, Adrian Lamana, Jorge Merino, Nerea Moreno, Isabel Ordaz, Luis Prado, Miguel Rellán y Marina Salas dan vida al famoso esperpento de Valle, con el que Ernesto Caballero debuta al frente del Centro Dramático Nacional.
Solo siete palabras han sido modificadas del texto original, puesto que este montaje «no es un ejercicio de estilo», ha subrayado Lluis Homar. En él, los espejos siguen deformando, pero la caricatura es el objetivo a derribar en el viacrucis de Max Estrella por las calles de Madrid, porque «el espejo está en el fondo del vaso, nos vamos al fondo del alma rota de esos personajes», según el director de la función.
«Pese al desafinamiento de todos los seres del escenario, Valle Inclán los ama, tiene una esperanza de que el mundo puede ser mejor», ha añadido Homar, que apuesta por encontrar el esperpento «sin buscarlo» y vuelve a la dirección teatral después de doce años tras su experiencia como productor, director y protagonista de «Hamlet», que le dejó «exhausto».
El esperpento tiene mucho de amargo y cruel (aunque nunca le falten luminosos puntos de ternura). Pero la visión esperpéntica casi no deforma nada, sino que deja al desnudo, en toda su miseria, la realidad misma (o cierta zona suya). La bohemia literaria (la «golfemia», como decían los castizos), la del aguardiente, los sueños sin salida y la vergonzante pobreza, fue tal como se pinta. Y verdaderas parece que fueron las sustancias elementales, a menudo grotescas, de que estaba constituida aquella indeseada España. Hacerla mejor, regenerarla, es lo que quisiera Valle-Inclán. Y esa es la lección que nos deja el esperpento.
Con esa «partitura maravillosa» que es el texto de Valle Inclán, lleno de personajes que entran y salen -45 papeles para 19 actores- y enriquecido por unas acotaciones de dificilísima traslación escénica, Homar ha optado por hacer lo que define como un «trabajo de mancomunidad» con la ayuda del dramaturgo y compositor musical Xavier Albertí, pero en el que todo el equipo se pliega a la brillantez del texto. «Luces de bohemia», escrita entre 1920 y 1924, tiene «una musculatura ideológica de primer nivel», según Albertí, quien ha reivindicado «el profundo compromiso de la fábula con su realidad», la de una España que comenzaba la dictadura de Primo de Rivera y en la que «la revolución estética está vinculada con el regeneracionismo ético».
Pero hoy, este texto, ha asegurado Albertí, emerge como «cómplice imprescindible para rearmarnos ideológicamente y salir a la calle a cambiar las cosas». Esa es la nueva piel de esta enésima reencarnación de «Luces de Bohemia». Cabe recordar que desde su publicación, transcurrieron casi cincuenta años hasta que «Luces de Bohemia» conoció una representación en las tablas: en febrero de 1968 la presentó el grupo no profesional Palestra de Sabadell. Y no fue hasta 1970 cuando tuvo lugar el estreno de la celebrada puesta en escena de José Tamayo.